Una metáfora eficaz para describir el lenguaje es la de la cebolla. La cebolla, como sabemos, se compone de muchas capas que pueden distinguirse unas de otras. En otras palabras, el lenguaje es comunicación y su hábil manipulación (normalmente mejor representada por escritores y poetas) para alcanzar objetivos en la vida y la sociedad. Sin embargo, la naturaleza del lenguaje es tal que conlleva la exploración de su estudio en diferentes subsistemas que a menudo resultan ser campos de investigación totalmente inconexos.

Por ejemplo, el modo en el que un estudioso de fonética observa el lenguaje, se aleja completamente del punto de vista de un experto de sintaxis, sólo por citar algunos. En el momento en que cada especialista explora sin tregua los recovecos de las capas del lenguaje, escogido por cada uno, se entiende que hay poca comunicación entre las diferentes capas de la “cebolla” y aún menos conocimiento sobre el interior de la cebolla. Sin embargo, estos estudios se interceptan, de vez en cuando, cuando el objeto de estudio de cada una de las capas es tan amplio que hay profesiones enteras basadas en segmentos muy pequeños del conocimiento lingüístico.

Una situación en la cual, probablemente, no es posible obviar, ya que el lenguaje es transversal con respecto a todas las acciones del hombre, la más insignificantes a aquella más sorprendente. Su amplitud es comparable con aquella de la experiencia humana en toda su complejidad, en el interior de una realidad en constante evolución, con cambios a veces muy rápidos. Por decirlo de una forma más concreta, el lenguaje plasma el mundo. Las computadoras no existirían sin el lenguaje y todos los códigos especiales que están detrás de la realidad virtual de nuestros tiempos son un subconjunto discreto de la lengua inglesa.

A veces, se efectúa una distinción entre palabras y números pero tal distinción es ilusoria, ya que la cuantificación es el componente principal de lenguaje. Los números, como cualquier otra cosa, deben definirse y restituyen información a su vez, por lo tanto, también la matemática es una forma de lenguaje. Desde el arte hasta la ciencia, desde el rito hasta la filosofía, el lenguaje le da vida a innumerables formas de expresión. Eso en sí es sinónimos de expresividad. Nace como sonido y se vuelve una imagen a través de la escritura y los gestos.

Tener una idea bastante clara acerca de cuáles son los diferentes ámbitos de estudio del lenguaje puede ayudar para ampliar la propia compresión de la realidad, al menos en general. Una realidad basada en señales y en la comunicación. Una vez que llegamos a entender el hecho de que el lenguaje sigue su orden, conocido tradicionalmente con el vago nombre de “gramática”, empezamos a entender como este orden se refleja en las otras áreas de nuestra experiencia. Empezamos a entender que cada cosa tiene su propio orden, que cada fenómeno- se trate del vuelo de un pájaro hacia el cielo o del balbuceo monosilábico de un niño que aprende a hablar- tiene su gramática.

Pero retomando la Lingüística, existe una teoría más convincente, avanzada personalmente por Noam Chomsky, acerca de una Gramática Universal no definida, basada en la bien fundada suposición que algunas partes del discurso, como por ejemplo los sustantivos, en vez de los verbos, fueran las mismas para todas las lenguas. Después de todo, el lenguaje describe la realidad, que en práctica, está hecha de cosas y eventos que no considera donde se encuentra y cuál es la lengua que se habla.

Para la lengua inglesa se creó un modelo científico de gramática que tenía el propósito de llegar a describir el orden de las palabras de todas las lenguas habladas del mundo. Un modelo que tuvo un gran éxito, tanto que se enseñó en todos los campus de los Estados Unidos, un hito de la evolución de la lingüística como ámbito científico, según muchos. Un modelo que se ve obligado a redimensionar sus ambiciones una vez que se encuentra cara a cara con la realidad, bastante sorprendente, de la cantidad de palabras que presenta la lengua japonesa.

Adaptar el modelo de Chomsky, basado sobre todo en la lengua inglesa para adecuarlo a la peculiaridad de una lengua estructurada de una forma completamente diferente (que, con toda probabilidad es lo que se debería haber hecho) habría significado descartar un modelo similar y recomenzar de nuevo. En cambio, después de un tiempo, Chomsky formuló una nueva teoría, conocida como Gramática Generativa, que permanecía en cierto modo “universal” pero de acuerdo a la forma de cada lengua. Un gran ejemplo del hábil manejo del idioma.

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